Valdivia vuelve al Perú

La mente del conquistador de Chile se quedó en el sur. Con su copiosa población indígena, el formidable Bío-Bío y la estupenda bahía de Penco, “el mejor puerto que hay en las Indias”, dijo. Volvería apenas llegado el refuerzo de Monroy, imprescindible para doblegar al aguerrido dueño de esa tierra. No sólo a fundar una ciudad y repartir encomiendas, sino a establecerse él mismo allí, para empujar la conquista hasta el Estrecho de Magallanes, su eterna obsesión.

Pero de Monroy y Pastene nada se sabía. Habían salido de La Serena a fines 1545, y el viaje por mar al Callao podía demorar algo más de un mes, de modo que hace mucho debían haber enviado yanaconas dando cuenta de sus avances, de acuerdo a las instrucciones del jefe. Temiendo una desgracia, en agosto de 1546, luego de casi un año sin noticias, decide enviar un nuevo delegado. Pidió otro préstamo de oro a los colonos, "voluntario" por supuesto, reuniendo setenta mil pesos, y con duplicados de la correspondencia al Rey despachó a Juan de Ávalos. Pasó otro año más durante el cual, aunque devorado por la impaciencia, se mantenía optimista: aumentó las siembras para recibir a los refuerzos que confiaba arribarían en cualquier momento.

Esperaba en vano. Pues por fin el 1 de diciembre de 1547, a veintiséis meses de su partida, llegó Pastene. Pero venía sin nada. Sin Monroy, sin soldados, sin mercaderías, y sin un peso de oro, en un barco que tuvo que pedir fiado.

En los lavaderos de Quillota ubicó al Gobernador para explicar las razones de aquel fracaso tan cabal. El leal Alonso de Monroy había muerto fulminado por una enfermedad infecciosa poco después de haber arribado al Callao.16 Antonio de Ulloa le había traicionado. Abrió las cartas que debía llevar al Rey y las leyó "delante de otros muchos soldados y, mofándose de ellas, las rompió".2 Y se unió a la causa de la rebelión, cuyos representantes habían confiscado el oro y el bergantín San Pedro.

¡¿Cuál rebelión?!, habrá preguntado entre perplejo e indignado Valdivia. La de Gonzalo Pizarro, que había derrotado y muerto al virrey Núñez de Vela en la Batalla de Añaquito, y lideraba un levantamiento general de los conquistadores del Perú contra la Corona. La principal causa: bajo la influencia del cura Bartolomé de las Casas en España se habían dictado nuevas ordenanzas que corregían el régimen de encomienda en favor de los indios, y que en la práctica casi lo suprimían. Consternados por lo que consideraban un despojo inaceptable, los encomenderos de ese país aclamaron como caudillo a Pizarro y se declararon en rebeldía. La Corona, en respuesta, había enviado a pacificar la región con los más amplios poderes al clérigo Pedro de la Gasca, que al momento ya se encontraba en Panamá, desde donde mandaba mensajes conciliadores y pedía ayuda a todas las colonias.

Seguramente Valdivia ardía en rabia y frustración ante el enjambre de dificultades: La muerte del más leal de sus colaboradores, la traición de Ulloa y la pérdida de las cartas al Rey. Incautado el oro, la conquista paralizada por falta de soldados, y su gobierno en peligro por la incertidumbre política. Sin embargo, casi junto con Pastene llegó por tierra Diego de Maldonado, informando que Gonzalo Pizarro, resuelto y ambicioso, preparaba su ejército en Cuzco para enfrentar al enviado del Rey. Era para Valdivia, sin duda, la gran oportunidad de revertir el desafortunado estado de su proyecto: Ir al Perú y ayudar al representante plenipotenciario del Rey a recuperar ese país. Si colaboraba con La Gasca, que como eclesiástico no tenía experiencia militar, éste tendría que compensarlo. Quizá nombrándole al fin Gobernador. Llevaría suficiente oro para proveerse de caballos y equipo para los combates, para adquirir embarcaciones y, por cierto, enrolaría él mismo las tropas que necesitaba para la conquista del sur de Chile. Mantuvo eso sí su determinación en secreto.

Porque había un inconveniente. Con el envío de tanto delegado, el oro de la caja del reino y el propio de Valdivia estaban casi agotados. Solicitando un tercer préstamo "voluntario" a los colonos, por otra parte, arriesgaba un amotinamiento. Así que urdió una estratagema coludido con Francisco de Villagra y Gerónimo de Alderete. Anunció que ahora estos dos capitanes irían por refuerzo al Perú, pero que por primera y única vez autorizaba a cualquiera a dejar el país llevando consigo el oro reunido, para demostrar allá que esta tierra no era tan miserable. Al menos quince españoles decidieron aceptar el generoso ofrecimiento, deseosos de abandonar la pobre y peligrosa colonia o bien ir a abastecerse de mercaderías para regresar y venderlas.

A mediados de diciembre estaba todo listo para el viaje desde Valparaíso. Los caudales y bagaje de los afortunados emigrantes debidamente inventariados a bordo del barco que trajo Pastene. Pero antes de partir, Valdivia ofreció una fiesta en tierra para despedir a sus camaradas, que habían enfrentado tantas fatigas junto a él. Mientras se desarrollaba muy animado aquel convite el Gobernador de Chile, como el más ruin de los granujas, se las arregló para subir en sigilo a un batel que sus cómplices tenían preparado. Abordó rápidamente el barco y zarpó rumbo al norte. Inmensa fue la sorpresa y luego la furia ante la canallada del apreciado jefe, que se fugaba con todos sus bienes. Los peores insultos de la época iban y venían desde la playa mientras el navío se alejaba en el horizonte.

Pedro de Urdemalas, que así le apodaron las víctimas de la trampa, creía que su excusa era admisible. Al menos para las instancias oficiales, pues a él mismo le habían tomado el oro, pero para una causa contra el monarca. Declaró en el barco ante el escribano Juan de Cárdenas, "que se había entrado en el navío porque convenía al servicio de Su Majestad, y que si hasta entonces no lo había hecho saber, era por no ser estorbado. Voy con determinación, dijo, a buscar un caballero que dicen está en Panamá que viene de parte de Su Majestad para le seguir en su real nombre".2 Ordenó también a Francisco de Villagra, nombrado ya gobernador interino, que tomara la parte que le pertenecía del producto de los lavaderos y fuera pagando las cantidades confiscadas.

Naturalmente nada de esto tranquilizó a los despojados. Encabezados por Juan Romero concibieron traspasar el gobierno a quien correspondía por real cédula, Pero Sánchez de la Hoz. Estaba éste a la sazón en la cárcel de Talagante, y aunque por primera vez desde que se asoció con Valdivia no tramaba absolutamente nada, recibió a Juan Romero y aceptó el ofrecimiento de los perjudicados por el Gobernador si bien, temeroso, quiso que otro lo representara. Romero le instó a escribir una carta declarando que sus títulos eran suficientes para hacerse del gobierno en nombre del Rey, y que lo haría siempre y cuando se le prestara suficiente apoyo. Enseguida entregó la carta a Hernán Rodríguez de Monroy, que además de ser enconado enemigo de Valdivia, estaba reputado como de ánimo resuelto. Y lo era en realidad, o más bien temerario, porque partió a entrevistarse con Villagra, y exhibiendo la declaración de Sánchez de la Hoz solicitó su aval.

Francisco de Villagra, que también era decidido, cortó drásticamente y sin contemplaciones la sedición. Hizo detener a de La Hoz, que al reconocer la autoría de la carta de representatividad que tenía Monroy, fue decapitado sin siquiera confesarse, mientras Juan Romero era ahorcado. Con este breve proceso y su sentencia, bastante irregular por lo demás, las conjuraciones sobre la autoridad de Valdivia se diluyeron. Pero ya era mucho. Los descontentos creyeron tener suficiente caudal para que lo sancionara una instancia superior, y se las arreglaron para enviar sus graves acusaciones al Perú.

FUENTE:http://es.wikipedia.org

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