Relato del Teniente Francisco 2° Sánchez

Relato del Teniente Francisco 2° Sánchez




Iquique, Junio 16 de 1879

Señor don Carlos Sánchez.
Mi querido hermano:

Por el vice-cónsul inglés tuve el grato placer de recibir tu estimable del 4 del presente.
Es inútil explicarte la emoción que en esos momentos experimenté. Es necesario encontrarse en las circunstancias en que me hallo, prisionero de guerra, separado de la familia, de la patria i amigos, etc. Leí i volví a leer tu carta i la de la querida hermana Agustina, i sólo entonces comprendí lo que realmente significaba. Conociendo el carácter de todos ustedes tan sumamente sensible, i especialmente el de Agustina, temí que algo muy serio sucedería en casa en los primeros momentos que llegó a ésa la noticia del encarnizado combate que tuvo lugar en esta agua.

Gracias a Dios solo ocasionó la grave incertidumbre respecto a los que habíamos sucumbido i que no dejó de ser seria tomando en cuenta que duró ésta cerca de ocho días, como me lo explicas en tu carta.

Previendo esto, al día siguiente del combate pasó un vapor para el sur i conseguimos que nos permitieran escribir a nuestras familias, i más aún, escribimos al capitán Molina, gobernador marítimo de Antofagasta, una relación de los que sobrevivimos para que, acto continuo, por telégrafo lo comunicara a ésa. Si hubiera cumplido con esto, dos días después habrían tenido conocimiento.

Sentí muchísimo no haberte remitido una relación completa del combate por el vapor que zarpó de ésta el 27 del pasado.
Como las cartas las entregamos abiertas a las autoridades militares, temí que no llegara a tu poder. Por ella te habrías impuesto de la horrorosa mataza. Todo lo que se diga es poco, i nosotros mismos nos espantamos cuando recordamos tanta sangre derramada. Pasará mucho tiempo antes que se sepan las cosas tales cuales son. Las cartas de Zegers a su padre i la de Uribe a don Eulogio Altamirano, si es que se publican, darán indudablemente alguna luz sobre lo sucedido en lo que corresponde a la descripción de la acción; pero hay muchos hechos que se irán sabiendo poco a poco i que la historia se encargará de darles su verdadera importancia.

Como estamos completamente incomunicados, rodeados de centinelas, sólo hemos podido obtener muy pocas noticias respecto a la opinión de la prensa chilena. Por una casualidad, entre la ropa mandábamos comprar, nos llegó un pedazo del diario MERCURIO del 30, i nos sorprendió que en nuestra patria crean que la Esmeralda sucumbió en el momento en que nuestro comandante Prat pasó a la cubierta del Huáscar con el sargento de la guarnición Juan de Dios Aldea, que fue el único que alcanzó a acompañarle, cayendo herido con siete balazos.

El valiente comandante Prat abordó al enemigo en el primer espolonazo que tuvo lugar más o menos a las 11 ½ AM.., i nuestro buque desapareció de la superficie a la 1 ½ PM.. con poca diferencia. Se deduce aquí que nos hemos batido sin nuestro comandante, con poca diferencia, dos horas.

Cuando recibimos el primer choque, habíamos perdido poca gente, i el Huáscar se retiró con tanta precipitación que a pesar que lo recibimos en la aleta (en la popa), de la guardia de bandera, que está formada en la toldilla, precisamente en el lugar del espolonazo, sólo uno, que fue el sargento alcanzó a saltar. Muchos dirán, ¿cómo es que no se tomó alguna providencia para asegurar el abordaje? En la guerra marítima el combate con espolón esa casi desconocido. Está muy fresco el ejemplo de dos blindados alemanes que por evitar el encuentro con un buque mercante, chocó un blindado con el otro, echando a pique al último inmediatamente, quedando el primero en muy malas condiciones para continuar navegando.

Ahora, si entre dos blindados ha sido tan fatal el resultado para el que recibió el espolonazo, ¿qué esperanza tendría la vieja Esmeralda de sobrevivir a la embestida del poderoso Huáscar? Creo que de los 200 hombres que formaban nuestra tripulación no hubo uno solo que no dijera al ver al Huáscar, que a toda fuerza venía hacia nosotros, estamos perdidos.

Por fortuna, nuestro comandante logró maniobrar de tal suerte que lo recibimos por la aleta. En esos supremos momentos toda la gente estaba en sus puestos de combate. Nuestra artillería sostenía un fuego nutrido i era mayor la excitación del combate a medida que avanzaba el enemigo. Por otra parte, los trozos de fusilería ayudados de los rifleros de las cofas, agregados a los disparos de los cañones del enemigo i sus ametralladoras, formaban un conjunto aterrador. En medio de ese inmenso eco del combate, de los gritos de los heridos, etc., nuestro comandante tuvo la inspiración de abordarlo, i acto continuo dio la voz de al abordaje, voz que no fue oída sino por los que estaban muy cercanos. Abordar al Huáscar en esas circunstancias era una empresa imposible. La sangre fría que hasta esos momentos manifestó el comandante Prat le hizo concebir la sublime idea de morir como hay pocos ejemplos de tanto heroísmo, en la cubierta del enemigo, i acto continuo saltó, viéndolo un momento después caer con su espada en mano al pie de la torre.

La pérdida del comandante produjo en la tripulación una profunda impresión. La idea de venganza se apoderó de todos, i cada uno quiso ser un héroe para imitar su ejemplo. Valor inútil: nada podíamos hacer sino esperar la muerte con resignación. En efecto, momentos después de este primer choque, el Huáscar a toca penoles nos arrojaba su gruesa artillería, i las bajas en nuestra gente se sucedían con mucha rapidez. Envidia nos daba ver caer muerta nuestra gente. Los sufrimientos para éstos habían terminado. Desgraciados eran los que caían heridos. Eran espantosos los gritos de estos infelices i no podía prestárseles ningún auxilio. El cuerpo médico era insuficiente para atender a tantos heridos, así es que todo lo que se hacía con ellos era hacerlos a un lado para que no estorbaran a la artillería. Sabíamos que todos teníamos que morir momentos después.

Había cadáveres que quedaban divididos i cauterizados. A cada momento se encontraban piernas i brazos que no se sabía de quienes era. No creo que haya otros ejemplos de un combate tan horrible. El fuego continuaba con la misma viveza por ambas partes, i el enemigo a 700 metros se preparaba para darnos la segunda embestida.

Muerto el capitán Prat, Uribe tomó su puesto i yo el de Uribe. Nos reunimos luego que fue posible con el teniente Serrano para conferenciar sobre la determinación que debíamos tomar, si echar a pique al buque para evitar derramar más sangre, pues creo que no bajarían de 40 a 50 los muertos i heridos, o continuar combatiendo hasta sucumbir. Resuelto esto último, volvimos a nuestros puestos; pero yo quedé siempre en la batería por ser allí más útiles mis servicios. Era el instructor de la artillería i conocía la gente, i por consiguiente podía llenar las bajas con los individuos más aptos para las vacantes que quedaban.

No puedo fijar con exactitud la hora del segundo espolonazo, pero creo que sería cerca de las 12 i media PM.
Era curioso lo que pasaba en mi imaginación, i creo que lo mismo sucedía a los otros. Del mismo modo que los trabajadores esperan los días Domingo para descansar, yo miraba con cierta satisfacción, que no se como explicarla, la segunda venida del enemigo. Sabía que un segundo espolonazo no podríamos resistirlo i de un solo golpe daría fin con todos i descansaríamos por consiguiente de presenciar tantas desgracias. Sin embargo, luego puso el enemigo su proa a la moribunda Esmeralda, el entusiasmo renació con mayor fuerza i entusiasmábamos a la gente. Yo mismo tomé una rabiza de un cañón i se rompió el fuego con toda actividad; igual cosa hicieron los trozos de fusilería. Por fin, nuestro buque gobernaba muy despacio, la máquina se movía con poca fuerza, procurando evitar el segundo choque. Un ruido estrepitoso nos indicó este momento; el buque se cimbró como una tabla, la gente para sostenerse tenía que agarrarse de lo primero que tenía a mano. El buque a pesar de los deseos del enemigo, quedó a flote. Todavía nuestra gloriosa bandera brillaba, i un pueblo entero i un ejército enemigo la contemplaba muy a su pesar. Si no se evitó del todo el golpe, nuestra proa tuvo bastante firmeza para resistirlo.

El Huáscar, un momento antes del choque i al desabracarse, nos disparó sobre nuestra cubierta sus dos cañones de 300 i barrió con una parte de la gente de los cañones. Algo parecido sucedía en el entrepuente. Sin embargo, con los pocos que quedaban se continuaba haciendo fuego, con la diferencia que los cañones no se metían en batería, sino que se disparaban a lo largo de braguero.

En esta ocasión, es decir, en el momento del choque, veo a Serrano que se dirige a proa, i al acercárseme me dice: amigo Sánchez estamos fregados, i continuó su camino. Grande fue mi sorpresa cuando lo veo saltar a la cubierta del Huáscar con diez a doce hombres que también murieron. Este es otro hecho que demuestra el arrojo hasta el sacrificio de Serrano i los que le acompañaban. Serrano fue muy valiente desde los primeros momentos del combate. Una serenidad admirable unida a un valor que lo dio a conocer a cada momento. Si el capitán Prat se ha inmortalizado por su valor, igual cosa debe acontecer con el amigo Serrano.

El enemigo se retiró hasta la distancia de 600 metros más o menos. Concluimos de quemar los últimos cartuchos. La Santa Bárbara se inundo completamente, ahogándose los que se encontraban dentro. Sólo el condestable alcanzó a salvarse por haber un momento antes subido al entrepuente. La máquina dejó de funcionar. El agua subió hasta los fuegos i concluyó el vapor. En las mesas de la sala de amputación, que era la antecámara de guardia-marinas, había muchos heridos de gravedad. De los encargados de los pasajes de balas, granadas i los de pólvora, muchos habían sucumbido. Desde este momento nada nos restaba que hacer. Un silencio profundo reinaba a bordo, i sólo era interrumpido por los disparos de algunos rifleros i lastimeros quejidos de los heridos. Nos cruzamos de brazos i esperamos. Yo subí a la toldilla i me junté con Uribe i otros compañeros. El enemigo pone su proa a nosotros a la una i media más o menos. En estos momentos se ve salir humo por la escotilla de la cámara de guardia-marinas. Una granada, penetrando por la botica, puso fin a la existencia de los ingenieros Mutilla, Manterola i Gutiérrez, dos mecánicos, dos carpinteros, el sangrador i varios otros; concluyó con los heridos.

La muerte de los ingenieros i demás de la máquina, fue como sigue:

No teniendo éstos nada que hacer abajo, puestos que los calderos estaban apagados, los abandonaron i al estar en el entrepuente se desnudaron completamente, i en este estado se disponían para subir a cubierta, pero no alcanzaron a llegar; en la misma escala cayeron.

Sobre la muerte del ingeniero primero, todavía no hemos podido saber si ha muerto ahogado o por las balas. Cuando dio cuenta que la máquina no podía funcionar, hablé con él i no lo vi. más.

Luego que vimos con la fuerza que venía el enemigo, nos desnudamos i en este estado me bajé a esperar en el cañón séptimo a estribor. Otra granda destrozó la rueda del timón i cuando encontró por delante, murieron todos los que había cerca i especialmente los del timón.
Esta vez me escapé muy bien, estando tan sumamente cerca. Todavía tenía que bañarme. El cabo Cortés tomo la corneta, pues su dueño había muerto, i tocó a degüello en los momentos que se abría el buque i desaparecía de la superficie. El último disparo ordenado por mi lo quemo el guardia-marina Riquelme. Riquelme se hizo notable por su valor i entusiasmo. No se movió un momento de los cañones, i cuando encontraba a algún marino algo decaído, lo entusiasmaba i lo hacía consentir que teníamos muchas esperanzas de triunfar. Este bravo oficial murió ahogado, como igualmente el cabo Cortés.

Un momento después, una nata de cabezas humanas flotaba en la superficie i cada uno trataba de agarrarse a algún coi o pedazo de maderas, de los que había muchos.

No deseo que a otro buque chileno le suceda lo de la Esmeralda. ¡Es muy desagradable tener que bañarse en un combate!
Lo que me sucedió es muy fácil explicarlo. Repentinamente me encontré atraído por el remolino i la atracción que formó el buque al sumergirse. Tragué bastante agua i recuerdo bien que en esos instantes me consideré perdido, por creer que la fuerza del agua me arrojaría dentro de la cámara alta. En estos apuros toqué algo i agarré bien. Me pareció ser algún cuerpo. Inmediatamente reconocí que era un coi. Este gran recurso me llevó luego a la superficie. ¡que felicidad es volver a la luz!

Para concluir con esto i no volver más a ocuparme, le diré: que permanecimos en el agua veinte minutos. El Huáscar paró su máquina i al verlo con toda su guarnición formada en cubierta, creímos un momento que nos iban a disparar; pero luego disipamos esta idea al ver que arriaba sus botes.

Una vez en el Huáscar, nos pusieron en la cámara del comandante. Nos dieron un poco de licor, i media hora después estaba vestido con una camisa blanca, una cotona i un pantalón de marinero.
El buque salió i no supimos a donde.

Dos días después calculamos, cuando tuvimos noticias de la pérdida de la Independencia, que la salida tuvo por objeto recoger los náufragos de dicho buque. Serían las seis i media cuando fuimos desembarcados. Al salir a bordo nos dieron un par de zapatos. Sombreros no nos dieron por no haber a bordo. El frío i el hambre nos atormentaban. En todo ese día no había probado bocado, i al estar sin medias, calzoncillos, camiseta, etc. No es raro suponer que con tan poca ropa pudiera estar abrigado.

En el trayecto del muelle a la prefectura no hubo nada de notable, a no ser algunas hostiles demostraciones del populacho, que es difícil evitar. Una vez en el salón de la prefectura, fuimos felicitados por los jefes del ejército. Todos admiraban el heroísmo de la Esmeralda i lo hacían con sinceridad.

El jefe del ejército nos dijo: Ustedes no son prisioneros, ustedes son náufragos. El valor de ustedes no tiene ejemplo en la historia de las guerras marítimas. Si ha habido un caso igual, estoy cierto que no hay quien lo sobrepuje. No recuerdo bien las palabras.

Al día siguiente fuimos visitados por el general Canseco, i este jefe se enterneció cuando nos hablaba alabando nuestra conducta, i estas visitas continuaron por algunos días.

Esa misma noche, después que comimos algo, fuimos conducidos a la Bomba Austriaca, donde permanecimos como quince días.

Hace tres días que se nos entregó un terno de ropa que nos mandaron hacer. Ya nos habíamos familiarizado con el traje de marinero i hará sólo diez o doce días que usamos ropa interior por no haber en la población.

Hoy puedo decir, sin temor a equivocarme, que las pocas comodidades que tenemos se las debemos puramente al general Buendía. Estos dos caballeros se han conducido muy bien con nosotros i les estamos muy agradecidos. El señor Velarde continuamente viene a visitarnos i a ofrecernos lo que necesitemos.

El general Buendía también, cada vez que puede, viene a vernos con el coronel Velarde. ¿I qué se dice por allá sobre nuestro rescate? ¿Podemos tener esperanza de alcanzarlo pronto? La inmovilización en que nos encontramos i el no poder continuar siendo útiles a la patria, nos atormenta.
Tu afectísimo hermano.

FRANCISCO 2° SÁNCHEZ

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